Era una mañana fría cuando me puse la mochila a la espalda y di los primeros pasos en el Camino de Santiago. Dejé atrás la comodidad del hogar, la presencia constante de la familia y de los amigos, y me sumergí en una jornada de 35 días de introspección. El camino frente a mí era largo, lleno de incertidumbres y desafíos, pero también repleto de promesas de descubrimientos y renovación.
En los primeros días, la ausencia de los rostros familiares pesaba sobre mis hombros tanto como la mochila que cargaba. Cada paso estaba acompañado por una nostalgia aguda, una sensación de que faltaba algo. Sentía la falta de las conversaciones cotidianas, de las risas compartidas e incluso de las preocupaciones triviales que me mantenían conectado a los que amaba. Sin embargo, a medida que los kilómetros pasaban bajo mis pies, comencé a percibir un cambio sutil en mi interior.
A pesar de estar físicamente distante de los míos, no estaba solo. Por el contrario, conocí diversas personas a lo largo del Camino de Santiago. Peregrinos de todas las partes del mundo, cada uno con su propia historia, sus propias búsquedas. Las conversaciones que mantuve con esas personas fueron siempre interesantes y despreocupadas, un alivio del peso de las identidades y de los roles que muchas veces nos definen.
Allí, yo no era Pedro Lacaz Amaral, de Gear Tips, de Deuter, o cualquier otra etiqueta que la vida cotidiana me confería. Yo era simplemente Pedro, un peregrino más en el Camino de Santiago, un alma en búsqueda, como tantas otras.
El Camino, con su belleza austera y su simplicidad, comenzó a revelarme algo profundo. En medio del silencio de los paisajes vastos y la quietud de las noches solitarias (aún compartiendo cuartos en albergues), comencé a escuchar una voz que siempre había estado ahí, pero que hasta entonces había sido acallada por el ruido de lo cotidiano. Era la voz de mi propia completitud.
Recordé, entonces, un antiguo mito griego, contado por Aristófanes en el Banquete de Platón. Según el mito, los humanos eran originalmente seres enteros, con cuatro piernas, cuatro brazos y dos caras, pero fueron divididos en dos mitades por los dioses, condenados a buscar eternamente la otra mitad para sentirse completos. Esta historia resuena en nosotros, haciéndonos creer que somos incompletos, que necesitamos de otra persona para volvernos enteros.
Descubrimientos a lo largo del Camino de Santiago
Pero conforme avanzaba por los campos y bosques del Camino de Santiago, enfrentando el cansancio físico y las incertidumbres de la jornada, percibí que la nostalgia, aunque aún presente, ya no era más un vacío que necesitaba ser llenado.
La nostalgia se volvió un recuerdo suave, una prueba del amor y de las conexiones que había cultivado a lo largo de la vida. Pero, sorprendentemente, ya no era más una necesidad desesperada. Yo estaba feliz, pleno, solo por estar allí, con la compañía de mis propios pensamientos y el mundo a mi alrededor.
Entendí, entonces, que no era una mitad en búsqueda de completitud. Era un ser entero, con todas sus fuerzas y debilidades, capaz de encontrar felicidad y contentamiento por sí solo. La ausencia de los otros no disminuía mi esencia, sino que me permitía explorar y afirmar mi propia identidad. Descubrí que mi felicidad no dependía de estar rodeado por otras personas, sino que podía ser encontrada en la simple alegría de vivir, en la presencia silenciosa de la naturaleza y en la compañía de mí mismo.
Cada día en el Camino de Santiago se volvió un paso hacia ese descubrimiento. Al final de la jornada, cuando finalmente llegué a Santiago de Compostela, miré hacia atrás y vi que, más que haber recorrido una distancia física, había transitado un camino interior.
La experiencia me enseñó que soy completo por mí mismo, que la ausencia de los otros no me hace menos, sino que, al contrario, me permite ver la plenitud que ya existe en mí.
Así, volví a casa, no como alguien que necesita de otra mitad para ser completo, sino como alguien que, al descubrirse entero, elige compartir esa completitud con aquellos que ama. La jornada por el Camino de Santiago no fue solo una peregrinación externa, sino un viaje profundo al interior de mi ser, donde encontré la verdad sobre quién realmente soy – un ser pleno, feliz y completo -, y el significado real de la palabra solitude.
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